Crónica de la ruta:
Ecologistas en Acción-Valle de Alcudia realizó
el pasado 1 de febrero una ruta senderista en la Manchuela albaceteña, entre
las localidades de Jorquera y Alcalá del Júcar, que reunió a 50 personas.
Hemos querido comenzar las rutas senderistas de este año 2.015 con una
que fuera especialmente atractiva para los amigos que habitualmente nos
acompañan en nuestros paseos por campos y ciudades y, a juzgar por los
resultados obtenidos, creo que hemos acertado en la ruta elegida, a pesar de
que para realizarla teníamos que “disfrutar” de un traslado en autobús de algo
más de tres horas. A este inconveniente había que añadir que, motivado por ese
trayecto previo mayor de lo habitual, tuvimos que adelantar la hora
acostumbrada de nuestra salida y retrasar la de llegada; además, la previsión
del tiempo auguraba una jornada especialmente fresquita y animada por unos vientos
que soplaban con una intensidad algo más que moderada. Estas circunstancias no
hicieron mella en nuestros amigos senderistas y los comentarios e impresiones tras
el paseo por las hoces del Río Júcar y las localidades del trayecto,
especialmente Alcalá del Júcar, nos convencieron de que habíamos elegido la
ruta adecuada. Ruta que, de justicia es reconocerlo, nuestro buen amigo Pedro
nos había puesto sobre su pista y sobre las bondades que escondía, e incluso tuvo
la amabilidad de acompañarnos en la primera visita que, como a todas las rutas
que organizamos, hicimos previamente al lugar.
Antes de comenzar la ruta, hicimos la parada justa para desentumecer
las piernas, desayunar y saludar y cambiar impresiones con los amigos, tanto
los habituales como los que se nos unían por primera vez. Reconfortados cuerpo
y ánimo, reemprendemos el viaje y, a poco de abandonar la pequeña localidad de
Casas de Juan Núñez, la carretera comienza a descender y nosotros a recibir las
impresiones que nos acompañarán a lo largo de toda la jornada: por un lado la
aparatosa visión de la localidad de Jorquera, majestuosamente construida en lo
alto de un cerro totalmente rodeado por un meandro del río Júcar, ayudado por
su afluente el arroyo Abengibre, y al otro lado los impresionantes cortados que
forma el río y que llegan a medir hasta 200 metros de altitud (según nos
cuentan fuentes fidedignas, no era cuestión de ponerse a medirlos en ese
momento).
Bajamos del autobús a la entrada del pueblo y nos preparamos para
comenzar la ruta, animados por las impresiones recibidas durante el trayecto de
dos o tres kilómetros, desde que avistamos el pueblo hasta que el autobús nos
deja en el mismo. Lo atravesamos y comenzamos a descender el cerro hasta el
arroyo que, poco antes de unirse al río Júcar, señala el comienzo de la
verdadera ruta por los cañones que el río ha formado a lo largo de millones de
años, al abrirse paso entre el enorme depósito de rocas calizas, yesos,
arcillas y margas que conforman La Manchuela, y cuyos impresionantes cortados
nos acompañarán a lo largo de los casi dieciséis kilómetros del trayecto. Tomamos
el histórico “camino de las huertas” que, como su nombre indica, comunica estas
pequeñas localidades con las huertas construidas en el escaso terreno que queda
entre el lecho del río y los acantilados que lo bordean, a cuyo pie no dejamos
de observar desprendimientos de grandes bloques de piedra, ocasionados por la
erosión de las paredes rocosas. También observamos cuevas, abrigos y corrales
construidos y aprovechados por los aldeanos para guardar sus enseres y su
ganado, e incluso como viviendas. El río apenas es visible, oculto en un denso
bosque de galería: sauces, álamos, fresnos, tarayes, adelfas, nogales, chopos,
higueras, cañas, zarzas…
El camino se convierte en senda en un corto trayecto y nos permite
observar una gran roca de formas muy llamativas y distintas de las de su
entorno: es una toba calcárea, formada por la precipitación de partículas de
roca caliza sobre los vegetales, de ahí sus extrañas formas. De nuevo en ruta,
seguimos hacia la aldea de La Recueja, pero antes de llegar a ella, el camino se
encuentra cortado por un enorme desprendimiento de rocas (ocurrido la noche
anterior, según nos informa un vecino), por lo que tenemos que sortearlo por el
terreno de una de las huertas. Un grupo de cabras montesas nos saluda en la
lejanía.
Breve descanso en este pueblo de ribera, junto a un ensanche del río,
y continuamos ruta hacia Alcalá del Júcar. De nuevo el camino al pie de los
acantilados rocosos, con visibles desprendimientos, y varias ramblas. Aprovechamos
una de las ocasionales presencias del sol y, al abrigo de las paredes de una
antigua hacienda paramos para dar buena cuenta de los alimentos que
transportamos en las mochilas, a fin de “aligerarlas de peso”. Tras este nuevo
descanso, reanudamos la marcha junto al río y su vegetación de ribera, en la
que incluso podemos contemplar unos ejemplares de bambú. En las laderas
expuestas a la solana, hay matorrales escasos y dispersos, dominando el
esparto, el romero, la aliaga… Siguen las cuevas y abrigos, señales de la
intensa utilización por el hombre de estas
paredes, hasta llegar a las llamadas Cuevas de Garadén, asentamiento árabe en
medio de uno de estos acantilados y que, al parecer, estuvieron fortificadas.
Un poco más adelante, se comienzan a divisar las primeras casas que anuncian la
proximidad de Alcalá del Júcar, en la que entramos a la altura del puente
romano, muy reconstruido tras ser arrasado por varias riadas.
Como aún quedaban ganas de conocer estos parajes, decidimos subir el
empinado cerro en el que se asienta la localidad para visitar el castillo y gozar
de los impresionantes paisajes que desde allí se contemplan: el castillo, de
origen almohade pero reconstruido casi en su totalidad, presenta una torre con
tres alturas en su interior y restos de la muralla en el exterior. Al descender
por las calles del pueblo, tras la visita al castillo, paramos a conocer las
famosas Cuevas del Diablo, que atraviesan de un lado al otro el
cerro-acantilado que sostiene las casas del pueblo, alcanzando una longitud de
170 metros, y acondicionadas para las visitas turísticas. Esto puso fin a una
larga jornada de senderismo y convivencia.
Manuel Mohedano Herrero
Fotografías: Vicente Luchena