Fotos: Vicente Luchena
Crónica de la
ruta:
Salimos de Puertollano a las cinco de la tarde con
el calor propio de la fecha y con la idea de que, en el recorrido por el río
Tajo, el sol nos castigaría con rigor.
Llegamos sobre las ocho y, después de parar en un
bar, iniciamos la ruta natural por la orilla del río, con la agradable sorpresa
de que la vegetación evitaba que el sol nos diera de lleno.
Con la caída de la tarde el color de miel iba
envolviendo el arbolado y las rocas, que se reflejaban en el río, consiguiendo
un efecto de unión entre todos los elementos, coronados con un cielo azul de
atardecer maravilloso, ya expresado en los poemas de Garcilaso de la Vega.
En medio de esta belleza natural, la historia se
hace patente con la “Fábrica de Armas”, reconvertida en Universidad. Esta
fábrica representa la prosperidad de una época en la que las espadas toledanas
recorrieron muchas partes del mundo como las mejores y que sus aproximadamente dos
mil trabajadores generaban riqueza, al mismo tiempo que se hacía evidente que
lo práctico no estaba reñido con lo bello.
No es difícil imaginar el Toledo de entonces como
laborioso, con un intercambio cultural, económico y gastronómico del que a cada
paso el visitante de hoy va encontrando muestras. El momento mágico de la tarde
que se va y la noche que llega, nos permite gozar de vistas maravillosas de la
arquitectura y la vegetación toledanas, que se acoplan a la perfección.
Salimos de la ruta natural y nos adentramos en el
Toledo urbano, dispuestos a disfrutar de él y, especialmente, de sus “Leyendas
y Cobertizos”.
La magia, el misterio, los secretos, la historia y
los personajes que han formado parte de su evolución, parece que salen a
recibirnos envueltos en la noche toledana.
Sus puertas: “Puerta de Alfonso VI”, de estilo
califal; “Puerta de Bisagra”, de estilo renacentista; “Puerta del Sol”, de
arquitectura mudéjar”, más que para cerrar, parece que han servido para
irradiar al mundo una inmensa riqueza cultural, ejemplo de lo que debería ser
motivo de unión entre los distintos pueblos y no de discordia.
Las leyendas comienzan a la vista de la Ermita del
Cristo de la Vega, asentada a su vez sobre la antigua basílica visigoda de
Santa Leocadia. Entre las innumerables leyendas toledanas podemos citar algunas
de Gustavo Adolfo Bécquer: “El
Cristo de la Calavera”, “La rosa
de pasión”, “El beso”, “El Cristo de la Vega”, que, a su vez, da lugar
a la obra de José Zorrilla “A buen juez mejor testigo”.
La cultura toledana lo engloba todo: historia,
literatura, espiritualidad, economía, arquitectura, gastronomía. Tres culturas:
cristiana, judía y musulmana, que se acrisolaron y trasmiten lo mejor a los
descendientes, testigos vivos, representados por los sefardíes que hoy se
extienden por el mundo con su lengua, el ladino (restos del castellano
antiguo), sus costumbres y el nombre de Sefarad en el corazón.
Vemos el conjunto arquitectónico de La Catedral,
asentada sobre la iglesia visigoda de Santa María y la mezquita mayor de la ciudad.
Su fachada principal es ejemplo también de los cambios, según las
circunstancias y sus protagonistas. En su fachada principal, la representación
de la imposición de la casulla por la Virgen a San Ildefonso, hace recordar a
la obra homónima de Gonzalo de Berceo,
el primer escritor de prosa en lengua castellana.
Paseando por las calles, no es difícil imaginar a
los caballeros, sus lances y conquistas representados en la obras de “El
Greco”: “El entierro del conde de
Orgaz”, “El caballero de la mano en
el pecho”, etc.
Llama la atención en el Toledo mágico y siniestro, a
veces, nombres inquietantes como “Callejón del infierno”, entre muchos.
Sigue la sorpresa cuando llegas a los cobertizos.
Son un ejemplo de, en medio del caos de calles estrechas y escondidas, la
capacidad de improvisación para encontrar soluciones a algo que parecía que no
la tenía. Se rebaja el suelo de la calle y se unen los edificios por arriba,
dando a la parte habitable de las casas la amplitud que era imposible conseguir
por abajo. Recuerdan a un sorbete de helado que se rebosa.
Sorprende más, si es posible, encontrarse con que
quién contribuyo a buscar mejores soluciones para problemas urbanísticos y de
salubridad, con tanto sentido común, fuera Juana la Loca, quizá una mujer que
se adelantó a su tiempo y por eso incomprendida.
Se acaba el recorrido con una última visita a las
torres y sobre las dos de la madrugada volvemos al autobús para llegar a
Puertollano a las cuatro, como estaba previsto.
Fin del interesante e ilustrativo viaje; momento
para las reflexiones.
Isabel Castañeda